miércoles, 21 de agosto de 2013

¿CÓMO CONVERTIR UN GRUPO EN UN EQUIPO?

Por Kepa Osoro Iturbe* 



El éxito -educativo, comercial, financiero...- no está en tener excelentes profesionales, sino en contar con excelentes equipos. Lo que cohesiona al grupo no es el respeto mutuo sino la confianza que hace espontáneos los movimientos, que descubre el lado creativo dormido bajo capas y capas de formalismos y miedos. La piedra angular para construir el liderazgo de una organización es enchufar el calefactor que nos dé cohesión emocional. Como en un videojuego, hasta que no se supere esta primera etapa, es imposible alcanzar las demás.

A los amigos nos unen recuerdos, anécdotas, intereses, alegrías y fracaso. Pero ¿qué une a una organización? No existen ventajas fiscales, laborales o salariales posibles que provoquen un salto cualitativo tan enorme como para llegar a formar un equipo. Sólo puede crearse un equipo si sus miembros comparten una mística común, que normalmente nace de un proyecto potente y tiene un sustrato emocional. Esto hace germinar los lazos afectivos para dar cohesión a un grupo humano hasta convertirlo en equipo y así acrecentar el múltiple potencial de sus integrantes.

¿Cómo convertir un grupo en un equipo? Un grupo es un conjunto de personas que comparten un espacio físico, en este caso un espacio laboral, pero no llegan a formar un equipo. Comparten un mismo proyecto, interactúan torpemente, se reparten los roles, pueden llegar a tener un mecanismo de compensación o penalización, pero pueden tomar decisiones y ser responsables de su trabajo. Un grupo está basado en el reparto de roles o responsabilidades para lograr unos objetivos. Es decir, una organización puede tener un proyecto económico, pedagógico, artístico o lo que propugne y ser una organización con una pobre inteligencia emocional.


El grupo funciona con una regla: el respeto, cuanto menos conflictos, mejor; cuantas menos intromisiones, cuanto menos contacto extraprofesional, mejor. Hay organizaciones que solo cuidan el aspecto organizativo y se creen los más avanzados, aunque tienen una inteligencia compartida raquítica. Cuando llega un conflicto, un solo conflicto, se vienen abajo. Ese es su punto débil, tienen una hipersensible baja tolerancia al conflicto. El resultado es que las acciones de los integrantes de un grupo se yuxtaponen, cuando funcionan de forma mediocre, o como mucho se suman, cuando funcionan de forma estructurada.

Un equipo, por el contrario, sabe manejar la herramienta organizativa más potente que existe: las sinergias. Eso le diferencia de un grupo. La sinergia es la capacidad de un conjunto de personas de generar resultados mayores que la suma de los que lograrían sus integrantes por separado.

La estructura compartida en que se basa ya no es el respeto al mundo de cada uno, sino la interacción emocional, asentada sobre los cimientos de experiencias vitales compartidas.

El aprendizaje y el logro profesional ya no dependen de los factores individuales o de la preparación técnica curricular, sino de interrelaciones colectivas.

Desaparece la neutralidad emocional. Todo se basa en reforzar de forma positiva las cualidades y el potencial de cada uno. Se tiene fe en las personas y cada individuo ve multiplicados sus esfuerzos y logros.



La clave ya no está en los esquemas para estar informados. Todos se sienten protagonistas en múltiples microproyectos, por lo cual la información fluye a mayor velocidad.

El equipo no se obsesiona con el reparto de roles y responsabilidades o con no solaparse, porque la base de todo es la confianza mutua. Todos se saben reconocidos y se sienten satisfechos. El equipo saca lo mejor desde su veta vocacional porque sus miembros se sienten realizados y no tienen miedo a traiciones, luchas de poder o robos intelectuales.



* Agradecemos la gentil colaboración del educador y especialista en bibliotecas Kepa Osoro Iturbe.